En medio de la creciente preocupación por el cambio climático, un problema que a menudo pasa desapercibido, pero que merece nuestra atención urgente, es el desperdicio de alimentos. La conexión entre estos dos temas puede no ser evidente a primera vista, pero está más entrelazada de lo que podríamos imaginar.
Cada año, toneladas de alimentos en perfecto estado se desechan en todo el mundo. La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) estima que aproximadamente un tercio de todos los alimentos producidos en el mundo se desperdician. Esto equivale a alrededor de 1.3 mil millones de toneladas de alimentos desperdiciados anualmente. El desperdicio de alimentos contribuye significativamente a las emisiones de gases de efecto invernadero. Se estima que el desperdicio de alimentos genera aproximadamente el 8% de todas las emisiones de gases de efecto invernadero ocasionadas por el ser humano. Solo en Estados Unidos, la producción de alimentos perdidos o desperdiciados genera el equivalente en emisiones de GEI a 43 millones de automóviles.
La pérdida de alimentos es un problema global, pero hay ciertos países que han sido identificados como los principales productores de este desperdicio. Estos países tienden a ser aquellos con altos niveles de consumo de alimentos y sistemas de distribución desarrollados. Algunos de los países donde se produce más desperdicio de alimentos son: Estados Unidos, considerado el mayor productor de desperdicio de alimentos a nivel mundial; China, dada su gran población y crecimiento económico, también ha experimentado un aumento en el desperdicio de alimentos en los últimos años; India, a pesar de ser un país con altos niveles de inseguridad alimentaria, también se enfrenta a problemas significativos de desperdicio de alimentos en su cadena de suministro. Dentro de este grupo encontramos varios países europeos, como Reino Unido, Alemania y Francia; que, a pesar de tener estándares más exigentes en temas ambientales y sociales, desperdician una importante cantidad de alimentos cada año. También encontramos el caso de Australia que, aunque tiene una población relativamente pequeña en comparación con otros países, ha sido criticada por su alto nivel de desperdicio de alimentos per cápita.
Uno de los problemas ambientales más evidentes es la huella de carbono asociada con la producción de alimentos. Desde la agricultura hasta la distribución y el transporte, la comida que se desperdicia, también desperdicia una cantidad significativa de energía, agua y recursos naturales. La tala de bosques para expandir la agricultura, la pérdida de biodiversidad, la alta huella hídrica y la emisión de gases de efecto invernadero son algunas de las consecuencias directas que podemos observar. Además, cuando los alimentos se descomponen en vertederos, liberan metano, un gas con un potencial de calentamiento global mucho mayor que el dióxido de carbono. En Chile, un país extremadamente vulnerable al cambio climático, esto adquiere mayor importancia si consideramos que más del 50% de los residuos sólidos domiciliarios son orgánicos, de los cuales menos del 1% se valoriza.
La reducción del desperdicio de alimentos es un imperativo social y ético. A pesar de la enorme cantidad de alimentos que se desperdician cada año, muchas comunidades y personas en todo el mundo siguen padeciendo inseguridad alimentaria. El desperdicio de alimentos agrava esta disparidad y desigualdad en el acceso a la comida. Pero también debemos considerar que reducir este desperdicio es una oportunidad para mitigar el cambio climático.
El desperdicio de alimentos es un problema mundial, y la magnitud varía según factores económicos, culturales y sociales. Este es un problema que se puede abordar mediante políticas, cambios en el comportamiento del consumidor y una gestión más eficiente de la cadena de suministro de alimentos. Muchos países y organizaciones están trabajando para reducir el desperdicio de alimentos y fomentar prácticas más sostenibles en la producción y distribución. Algunas acciones que podemos tomar a nivel individual y colectivo que permitirán contribuir a reducir esta pérdida son:
- Consciencia y educación: comprender el impacto ambiental del desperdicio de alimentos es el primer paso. Se necesita de instancias educativas para la sociedad civil, incluyendo a los más pequeños, para poder fomentar el uso racional de estos recursos y proponer medidas de valorización a nivel domiciliario.
- Planificación y compras conscientes: comprar lo necesario y planificar nuestras comidas para evitar compras impulsivas es clave en este proceso. Esto no solo ahorra dinero, sino que también reduce la demanda de producción excesiva.
- Almacenamiento adecuado: aprender a almacenar los alimentos correctamente puede prolongar su vida útil y reducir la necesidad de desecharlos prematuramente.
- Donación y compostaje: en lugar de botar alimentos que no podamos consumir, consideremos donarlos a organizaciones benéficas o compostarlos para crear nutrientes que permitan restaurar el capital natural del suelo.
- Políticas y regulaciones: las políticas públicas para reducir este desperdicio, a nivel local y nacional, son necesarias y determinantes para el fomento de la eficiencia en su gestión
En Chile, se ha trabajado en iniciativas para abordar el desperdicio de alimentos y la valorización de residuos orgánicos. La Estrategia Nacional de Residuos Orgánicos tiene como meta alcanzar a 2040 un 66% de valorización de estos residuos generados a nivel domiciliario, junto con el Proyecto de ley que promueve la valorización de los residuos orgánicos y que fortalece la gestión de los residuos a nivel territorial, el cual propone soluciones concretas para que estos residuos se valoricen y no terminen en rellenos sanitarios, estableciendo incentivos y obligaciones para fomentar la recolección segregada. Ambas iniciativas representan un avance significativo en la gestión de residuos orgánicos de nuestro país.
El tiempo de actuar es ahora; el desperdicio de alimentos en Chile y en todo el mundo representa un problema ambiental y ético que merece toda nuestra atención. La propuesta del proyecto de ley para la valorización de residuos orgánicos en Chile es un paso en la dirección correcta, pero todos debemos desempeñar un papel activo en su reducción y gestión, contribuyendo así a la mitigación del cambio climático, procurando avanzar hacia un futuro más sostenible.