En Chile, el modelo agroexportador ha arrasado con ecosistemas y ciclos naturales, profundizando el escenario de crisis climática, con su megasequía, desertificación, deforestación, pérdida de biodiversidad y despojo. A nivel nacional, el sector agrícola consume un 88% del agua superficial y subterránea y un 37% de las aguas lluvia. En esta lógica, también se expanden cultivos de salmón, eutroficando y contaminando ecosistemas de fiordos y de agua dulce.
En este modelo, la agricultura y la acuicultura pierden su función de alimentar y nutrir a las personas, y se transforman en un negocio más, donde las decisiones se orientan a incrementar utilidades, sin dudar en aplicar crecientes cantidades de tóxicos en los procesos de producción. Los productos que no cumplen con los estrictos estándares, son descartados, aunque sigan siendo perfectamente comestibles, desperdiciando el agua, nutrientes y trabajo asociados a su producción, y aunque hayan costado la destrucción de ecosistemas naturales.
En el mundo mueren de hambre alrededor de 9 millones de personas al año, aunque se produce suficiente alimento para alimentar 1,5 veces la población global. Del total, se desperdicia alrededor de un tercio de todo el alimento que se produce. Dentro de este escenario global, la obesidad mata a 4,7 millones de personas al año, con tendencias crecientes. A nivel global, 822 millones de personas sufren de desnutrición, mientras 800 millones son obesas. En Chile, año 2016, un 74,2% de la población adulta era obesa o tenía sobrepeso, y un 44,5% de los niños eran obesos o tenían sobrepeso.
Un reciente informe de FAO señala que casi un 90% de los subsidios agrícolas dañan la salud de las personas, aceleran la crisis climática, destruyen la naturaleza y promueven la inequidad, excluyendo a los pequeños agricultores. Por eso, el financiamiento de actividades integrales generadas por pequeños agricultores agroecológicos, orientadas a solucionar los múltiples desafíos, fomentar la soberanía alimentaria, revertir la desertificación, detener la deforestación, regenerar el suelo y conservar la biodiversidad, restaurar el ciclo hidrológico, acabar con la pobreza, mejorar la salud y reducir el calentamiento global minimizando la dependencia de combustibles fósiles son cruciales, y nos permiten vislumbrar un mundo completamente diferente y promisorio.
Los incentivos, la regulación y la fiscalización son clave para transformar el sistema alimentario en el país, y los impactos que tiene en los ecosistemas, en la economía y en la salud de las personas. Como ciudadanos, es fundamental informarnos, reeducarnos, incidir en la legislación y políticas públicas y transformarnos en agentes promotores de cambio. Simultáneamente, podemos vincularnos con la producción agroecológica de alimentos donde sea que vivamos, evitar su desperdicio, apoyar a pequeños agricultores agroecológicos locales, cocinar en casa y aprender y practicar técnicas ancestrales y sostenibles de preservación de alimentos, como la fermentación, que nos abren espacios de interacción con comunidades biológicas en los campos, en los jardines, en los espacios públicos, en nuestras cocinas y en nuestros propios cuerpos.