La gran colección de abejas silvestres de Chile fue iniciada por el profesor Haroldo Toro a comienzos del siglo XX, y mantenida por la profesora Luisa Ruz en la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso (PUCV). El archivo cuenta con 36 mil especímenes, destacándose 168 de las aproximadamente 460 especies de abejas que habitan en nuestro país. Todo ese material ha sido digitalizado en formato compatible con plataformas sobre biodiversidad global de acceso abierto.
Para contribuir con la labor realizada en esta enorme colección biológica, se publicó un artículo donde se analizan aspectos ecológicos y conductuales de 160 especies del archivo, en la revista Ecology. Esta publicación fue liderada por el Dr. Francisco Fontúrbel, de la PUCV, bajo el contexto de un proyecto denominado SURPASS, en el que también participa el Dr. Luis Flores Prado.
Para los autores del trabajo, la existencia de grandes colecciones de especies representa una base esencial para el desarrollo de conocimiento y de estudios científicos sobre la biodiversidad y su conservación. Estas permiten saber si una especie ha desaparecido de lugares donde había sido previamente registrada, o conocer aspectos ecológicos implicados en su distribución.
“Revisar la literatura científica desde 1920 a 2020 permitió compilar y sistematizar información sobre nidificación, sociabilidad y recursos vegetales utilizados por las especies de abejas nativas incluidas en la base de datos, actualizada también en aspectos taxonómicos. Esto, sumado a la geo-referenciación de las localidades de colecta, que incluye a la región reconocida como un hot-spot de biodiversidad a nivel mundial, constituyen aspectos relevantes para poner en valor a nuestras abejas nativas”, comenta Luis Flores.
Cabe señalar que las colecciones biológicas son recopilaciones de muestras de especies o de partes de seres vivos encontrados en la naturaleza, y, por tanto, atesoran genes, memoria y secretos de los ecosistemas. A través de estos registros se genera el reconocimiento taxonómico, es decir, lo que permite a los investigadores comprender qué especie tienen ante ellos, cuántas hay y cuál es la relación entre ellas. De los tejidos conservados también se puede extraer muestras de ADN, utilizadas para responder preguntas sobre evolución y ecología, entre otros múltiples aportes a la ciencia y sociedad.
En cuanto a su modo de vida, el registro informa qué especies o géneros son cleptoparásitas (aprovechan el alimento de otra especie), cuáles son solitarias o exhiben algún nivel de sociabilidad. La mayoría de ellas no son sociales. También se dan a conocer aspectos sobre su biología de nidificación y la amplitud de dieta basada en el consumo de polen. “Vimos que la mayoría nidifica en suelo, algunas en ramas o troncos y otras en cavidades e incluso bajo piedras. El trabajo también entrega información sobre los recursos vegetales utilizados para aprovisionar a su descendencia o para construir sus nidos, dentro de los cuales destaca la colecta de polen y de néctar, con los cuales las hembras construyen una masa que constituye el alimento para sus larvas”, añade el investigador.
Los autores de la publicación señalan que sistematizar y conocer antecedentes sobre la ecología y el comportamiento de las especies de abejas permite comprender con mayor profundidad aspectos relevantes para la polinización en ambientes o cultivos de interés. “Si sabemos que la mayoría de las abejas nidifica en el suelo, podemos promover la importancia de proteger territorios con suelos sin intervención, o con la menor intervención posible, en las proximidades de los ambientes naturales o, incluso, de cultivos agro-ecológicos en que se intente priorizar la polinización mediada por especies nativas”, asegura Flores.