Perdernos en los bosques

Para conmemorar el Día del Bosque, más que volver a repasar las, sin duda, alarmantes tendencias de deforestación mundial, prefiero celebrarlos por su valor y belleza. Son una de las manifestaciones más complejas y ricas de cómo la vida puede coevolucionar, expandirse, generar abundancia, transformar territorios.

En la adolescencia fue la primera vez que tuve la oportunidad de entrar en un bosque de verdad. Recuerdo recorridos por senderos entre alerces milenarios en el Parque Pumalín, campamentos tormentosos en Chiloé, donde el viento y la lluvia hacían bailar peligrosamente los árboles sobre nuestras cabezas. También recuerdo cuando, recorriendo Aysén, entramos en lo que me pareció una transición abrupta a una zona despejada y marcada por vastas extensiones de troncos blancos y muertos, vestigios de enormes incendios a principios del siglo pasado, provocados por colonos que buscaban «limpiar» el terreno. Ver eso me llenó de pena, rabia; me parecía inconcebible que intencionalmente acabáramos con estos bosques milenarios.

Francisco Urquiza, presidente de la Red Campus Sustentable

En ese tiempo no conocía mucho sobre la importancia de los bosques en términos ecológicos, sobre la enorme diversidad de vida que albergan; menos sobre la capacidad de los árboles para comunicarse a través del suelo, mediadas por extensas redes de hongos, o por el aire esparciendo moléculas. No sabía lo único que eran esos gigantes alerces milenarios, menos que quizás el más viejo de todos, con más de 5 mi años, estaba en nuestro país; tampoco que esos bosques que recorría posiblemente estuvieron emparentados con otros más lejanos de la Amazonía y que al elevarse Los Andes quedaron aislados, transformándose en lo que son hoy, un tesoro único. No sabía que albergaban marsupiales; pequeños monitos del monte se escondían en las ramas de los árboles sobre nuestras cabezas. Tampoco le tomaba el peso a la importancia que los bosques han tenido para la humanidad, proveyendo alimento, plantas medicinales, materiales para construir, combustible para cocinar y calentarnos. Podría seguir listando una infinidad de cosas que no sabía, que he aprendido y sin duda solo representarán una pequeñísima parte de lo que son los bosques.

Para conmemorar el Día del Bosque, más que volver a repasar las, sin duda, alarmantes tendencias de deforestación mundial, prefiero celebrarlos por su valor y belleza. Son una de las manifestaciones más complejas y ricas de cómo la vida puede coevolucionar, expandirse, generar abundancia, transformar territorios. Son fuente de inspiración, conexión espiritual, hogar de pueblos, nacimiento de ríos, limpiadores de agua. Son luz y sombra, donde la vida se celebra al igual que la muerte, donde el árbol caído es ventana de luz y alimento para los más jóvenes. Anhelo seguir visitándolos, que mis hijos también puedan hacerlo, así como los que les sigan. Es solo una intuición, pero me parece que la humanidad está atada al destino de los bosques, no solo en su supervivencia, sino que en su identidad. Perder los bosques es perdernos a nosotros mismos, no dejemos que esto suceda.

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