Coyhaique presenta uno de los índices más altos de contaminación por Material Particulado fino (MP2,5) de América Latina. La principal fuente de contaminación de esta ciudad es el uso de leña húmeda para la calefacción y la cocina a nivel doméstico.
Por ello, desde el año 2016, la ciudad cuenta con un Plan de Descontaminación Atmosférica (PDA) para MP10 y, desde 2019, para MP2,5. La medida considera fomentar los Programas de Acondicionamiento Térmico de Viviendas (PAT) para mejorar las condiciones de eficiencia térmica de las viviendas existentes y el Recambio de Calefactores (PRC), sustituyendo así la leña por calefactores con menores emisiones, como estufas a pellet o parafina.
En este marco, la académica del Departamento de Arquitectura de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo, Alejandra Cortés, y la antropóloga social de la Facultad de Ciencias Sociales, Catalina Amigo, ambas de la Universidad de Chile, realizaron una investigación cualitativa sobre la cultura energética de hogares de vivienda social en Coyhaique, así como el impacto del cambio energético impulsado a través de los programas PAT y PRC.
Los resultados del estudio impulsado por las integrantes de la Red de Pobreza Energética, muestran cuáles han sido las barreras que los hogares de Coyhaique han experimentado en la implementación de esta política. El trabajo, además, identifica potenciales mejoras que podrían realizarse para robustecer su impacto desde un enfoque de transición justa. “Estas experiencias demuestran lo complejo que resultan los procesos de cambio en las dinámicas cotidianas del uso de energía en los hogares, especialmente cuando se identifican condiciones previas de pobreza energética”, señalan las profesionales.
De la calefacción y cocina a leña a los calefactores
Una de las barreras identificadas es la dificultad asociada a las prácticas de secado de ropa, que suelen ser al interior de la vivienda junto al sistema de calefacción. Al cambiar la leña por otro combustible, se percibe menos eficiente. También se valora la certeza del acceso a la leña para calefacción; mientras que para los nuevos combustibles, como pellet y parafina, la certeza de acceso se ha visto amenazada principalmente por el alza de precios y situaciones de desabastecimiento en época invernal.
Otra amenaza, es la percepción de inestabilidad del sistema eléctrico, que opera como una importante barrera para el cambio, ya que los nuevos calefactores son, en su mayoría, eléctricos. Por otra parte, los hogares de bajos recursos valoran el hecho de poder acceder a leña por medios distintos al dinero, por ejemplo, a través de la recolección o intercambio con amigos y familiares. Asimismo, se identificó que existe una cultura energética asociada a altas temperaturas al interior de las viviendas, lo que desincentiva el interés por cambiar el calefactor.
Respecto a la valoración positiva de la incorporación de nuevos calefactores, se señala que el nuevo calefactor permite calefaccionar más rápido y fácil en las mañanas, pero es efectivo solo cuando se ha realizado previamente el acondicionamiento térmico, ya que los nuevos calefactores se perciben con una menor capacidad de calefacción que la leña.
En cuanto al uso de la cocina a leña, se destaca la multifuncionalidad de esta, por el ahorro que permite y los servicios energéticos que provee, como la cocción de alimentos, secado de ropa, agua caliente y calefacción. Este cambio cultural es más difícil en personas mayores acostumbradas a cocinar con leña que en las generaciones más jóvenes o personas que han llegado a vivir a la región desde otras partes del país, quienes manifiestan mayor flexibilidad y disposición al cambio.
Alejandra Cortés y Catalina Amigo destacan, además, el fuerte arraigo cultural al calor de la leña, donde la cocina a leña y el fuego representan más que un servicio energético para calefacción, “constituyendo un símbolo de calidez de hogar desde la dimensión afectiva”.
Finalmente, las investigadoras señalan que “la cultura energética local muestra diferentes trayectorias de cambio. Estos cambios tienen ajustes en la vida cotidiana con incertidumbres que pueden dificultar mantenerlos en el tiempo. Es necesario que las políticas públicas de eficiencia energética asociadas a la descontaminación del aire incorporen esta diversidad de experiencias, reconociendo las condiciones de pobreza energética previas que influyen en las posibilidades de cambio. Solo así podremos avanzar en una transición energética justa”.