El cambio climático afecta o afectará a todas las personas, pero no todos somos iguales frente a esta amenaza. Los costos y las responsabilidades del cambio climático no se distribuyen equitativamente entre la ciudadanía. Y en muchos casos, vivir en casas y ciudades que ayuden a reducir nuestra huella ecológica no es una opción posible.
Sabemos qué deben hacer las ciudades para enfrentar el cambio climático. Abundan las estrategias para mitigar el impacto de los asentamientos humanos y adaptar los lugares donde vivimos a la emergencia climática. Las políticas nacionales y las indicaciones desde la ciencia llaman a la acción de las instituciones como también a la ciudadanía. Sin embargo, vivir de manera más sustentable no depende solo de una decisión personal. Lo vemos en una metrópolis como Santiago: frente a la necesidad de disminuir las emisiones contaminantes reduciendo la cantidad de viajes y la distancia recorrida, promover una ciudad de proximidad es una estrategia relevante pero factible en pocas zonas de la ciudad.
Los barrios periféricos del área metropolitana de Santiago tienen escaso acceso a las oportunidades laborales que requieren largos viajes hacia la zona oriente y a servicios esenciales como farmacias, supermercados y bancos. En gran medida debido a esto durante la pandemia las comunas periféricas han seguido registrando altos niveles de movilidad, a pesar de las restricciones impuestas por la cuarentena. Pocas comunas del Gran Santiago se acercan al modelo de la “ciudad de 15 minutos”, según el cual una ciudad debería ofrecer a sus habitantes la posibilidad de satisfacer sus necesidades viajando máximo 15 minutos a pie o en bicicleta. La distancia entre el ideal de la ciudad de 15 minutos y la realidad de Santiago evidencia que una ciudad segregada no es sostenible ni para el medioambiente, ni para la sociedad.
También las regiones presentan desafíos para la sustentabilidad que van más allá de los comportamientos individuales, como demuestran las viviendas en el sur del país. Distintos investigadores están analizando el impacto de la pobreza energética, es decir, la dificultad de acceder a energía de calidad. En ciudades como Osorno, Valdivia y Temuco domina la calefacción a leña, muy contaminante pero mucho más usada que otras formas de calefacción gracias a su bajo costo y a la relativa facilidad de abastecimiento.
La necesidad de calentar construcciones térmicamente ineficientes (que por ejemplo no presentan un buen aislamiento térmico) aumenta la intensidad de uso de la leña, sobre todo en los hogares más vulnerables. La contaminación atmosférica generada por la calefacción a leña afecta fuertemente la calidad del aire, no solo en las calles de las ciudades, sino también al interior de los hogares que dependen de ella. La falta de recursos, más que de voluntad, impide el acceso a formas alternativas y más sustentables de calefacción, que no tengan consecuencias tan dramáticas para el medioambiente y la salud de las personas.
Frente al clima que cambia, no todas las personas tenemos la oportunidad de ser sustentables. En algunos casos cambiar los hábitos cotidianos depende de la voluntad: es el caso de quienes realizan en auto cortos trayectos que podrían ser realizados a pie o en bici. En otros casos, es la falta de recursos que determina consumos no sustentables, dando respuestas contaminantes a necesidades básicas como el calentarse en lugares fríos. En el Día Mundial del Clima, es importante pensar no solo en qué hacer para lograr ciudades más sustentables, sino también en quién tiene la responsabilidad y la posibilidad de hacerlo. Veremos así que, para ser más sustentable, una ciudad debe ser también más equitativa.