Hoy se celebra un nuevo Día Internacional contra el Cambio Climático, y si bien los estados hacen múltiples esfuerzos para poder limitar el alza de la temperatura que nos brinde la posibilidad de un cambio climático no peligroso, la verdad es que probablemente las medidas propuestas no van a funcionar. Esta aseveración nace de lo que hemos visto por décadas; nunca el mundo tuvo más información científica sobre este fenómeno, tratados, convenciones y reuniones para tratar la problemática y aun así la situación en vez de mejorar, solo ha empeorado.
Lo anterior se debe a varios factores, pero el principal es la resistencia a abandonar una economía que destruye ecosistemas y el sostén de la vida, de parte de gobiernos y empresas, como también la resistencia a reconocer que las ideologías del siglo XX, que tienen como eje central el antropocentrismo, no nos sirven por si solas para dar respuesta a la realidad que se nos asoma.
Nos encontramos ad-portas de vivir la COP 26, y si bien el multilateralismo es necesario, es complejo que, tras 25 COP, se siga insistiendo en la misma fórmula: una economía basada en un capitalismo verde que busca bajar emisiones a través del recambio tecnológico, pero sin cambiar nuestros patrones de consumo, de vida, escala y desarrollo.
Si realmente los estados quieren materializar un golpe de timón, se necesita la voluntad de quienes nos gobiernan y reconocer que la posibilidad de abordar la crisis climática y ecológica viene de la mano de otros paradigmas y soluciones. Existen múltiples propuestas, entre ellas las que vienen de la economía ecológica y la ecología política, porque el foco ya no debe estar en la opulencia del siglo XX, sino en la reconciliación con la naturaleza, lo cual debiera ser el abordaje del siglo XXI.
El modelo imperante ha dado numerosos avisos de que las cosas no van por buen camino. La pandemia del Covid-19 es uno de los ejemplos más vividos de que el rumbo de no cambiar será catastrófico, siendo los ecosistemas y las personas más vulnerables los más expuestos, por ende, los gobernantes tienen la realidad ante sus narices y la voluntad de querer hacer un giro requiere perder una vida opulenta, para poder ganar tiempo, tranquilidad y seguridad.
Los estados debieran estar haciendo el ejercicio de preparar baterías de políticas publicas en torno a la mitigación y adaptación, entre ellas, la preparación de la población a vivir en un mundo que deberá enfrentar la vida con un cambio climático peligroso. Preparar a la población es estratégico, ya que significa traspasar conocimientos y políticas públicas que ayuden a dar autonomía en torno a los diversos ámbitos de su cotidiano, por ejemplo, en la generación de energía, la alimentación y la recuperación de las aguas grises utilizadas, entre otras, como también se requiere dejar capacidades instaladas que permitan mejorar su propio escenario.
Por último, se requiere que los estados a nivel nacional, se ocupen realmente de esta materia, pues no se puede seguir colocando los huevos en una sola canasta, sino que se debe trabajar por una transición y transformación socioecológica que nos dé una chance de cambiar el escenario en el cual nos encontramos. Actuar con ética y épica sobre esta materia se hace una obligación, ante la desidia que la élite política y económica que insiste avanzar desde la comodidad del gatopardismo imperante.