Dada las intensas precipitaciones que se han registrado en la zona central de Chile durante las últimas semanas, cabe preguntarse ¿Se termina la sequía con estas lluvias?
La gerente de estudios de la Asociación Chilena de Desalación y Reúso (ACADES), Catalina Pasache, explica que «un año lluvioso no es suficiente para recuperar 15 años de sequía. No se logra restablecer el equilibrio del ciclo hidrológico ni su dinámica previa a la sequía. Imaginemos un acuífero, por ejemplo, su recarga natural puede tardar más de un año, especialmente cuando ha estado sometido a un panorama de explotación intensiva y prolongada, que lo ha dejado con un déficit significativo de agua, dificultando su recuperación en el tiempo que antes lo hacía”.
Desde 2010 a la fecha, Chile ha enfrentado una megasequía, es decir, un fenómeno de sequía que se extiende tanto en duración como en extensión territorial. Según la ingeniería en recursos naturales renovables, «se ha prolongado ya por 15 años, acumulando impactos a lo largo del tiempo, y expandiéndose desde la Región de Coquimbo hasta La Araucanía. Esta situación ha alterado los patrones climáticos que conocíamos, aumentando los años con déficit hídrico, por ende, se ha agudizado la severidad de la sequía. Si esta tendencia continúa durante otros 15 años, podríamos estar frente a un cambio que transforme el clima en uno nuevo y diferente, siendo esta nuestra nueva normalidad climática”.
Un dato que refleja bien que las lluvias por sí solas no garantizan la seguridad hídrica del país es la situación de los embalses. El año 2024, donde hubo un aumento en las precipitaciones a nivel nacional, según la Dirección General de Aguas (DGA), mejoró la situación de los embalses en general. Sin embargo, en la región de Coquimbo, de los 8 embalses monitoreados, 6 tenían una capacidad de almacenamiento inferior al 20%.
“Hoy la sequía ya no se mide sólo por la cantidad de agua que cae, sino que también se integran nuevas variables como las temperaturas y la evapotranspiración, que están vinculadas con los niveles de humedad del ambiente y la cobertura vegetal. Esto permite dimensionar mejor el impacto en las cuencas, porque la realidad de cada cuenca es clave para proyectar respuestas adecuadas”, puntualiza Catalina Pasache.
El caso de la desertificación es similar. “Aunque llueva, la desertificación continúa avanzando, porque no se trata sólo de un lugar árido o con falta de precipitaciones, sino que por causa del cambio climático y de la actividad humana, se produce la degradación de los suelos, perdiendo su capacidad para soportar la biodiversidad que antes tenía”, explica el gerente de estudios.
Chile es uno de los países más afectados en el mundo por este fenómeno, con un 63% del territorio nacional en riesgo de desertificarse, desde la Región de Arica y Parinacota hasta La Araucanía, pero con una amenaza mayor en zonas de las regiones de Coquimbo, Valparaíso, Maule y Metropolitana.
Para Pasache, «la gestión integral de cuencas es la principal solución, siendo clave comprender el escenario de cada territorio y según eso poder diseñar e implementar respuestas adecuadas. Aunque llueva, hay zonas de Chile que siguen en crisis y no existe una receta única, sino que se necesitan soluciones complementarias e integrales para mejorar la seguridad hídrica. Necesitamos incorporar otras opciones, como por ejemplo, los atrapanieblas en zonas costeras, el reúso del agua en todas sus formas, y también la desalación de agua de mar, que permite generar una nueva fuente de agua, disponibilizando las fuentes continentales para las comunidades y ecosistemas, al cubrir parte de la demanda industrial”.