La década más seca

Chile atraviesa por la década más seca desde que se tiene registro, lo que ha afectado particularmente a la zona central, en la que se evidencia un déficit sostenido de sus precipitaciones. A modo de ejemplo, un año normal registra 342 mm de precipitaciones en la estación Quinta Normal de la Dirección Meteorológica de Chile -ubicada en el Gran Santiago-, si se consideran las precipitaciones entre 2010 y 2018, el promedio que registra baja en un tercio, llegando a 212 mm.

Valle de Colchagua - Crédito Olga Barbosa

Hoy es el Día Mundial de la Lucha contra la Desertificación y la Sequía, día en que las Naciones Unidas instala como tema central de la reflexión a los “Alimentos, Forrajes y Fibras”, fijando la atención en la relación entre nuestro consumo individual y la salud del suelo, lo que se suma a la vulnerabilidad de los ecosistemas de zonas secas, la sobrexplotación y uso inadecuado de la tierra, las malas prácticas de riego, entre otras. 

La desertificación como proceso de degradación del suelo y las funciones y servicios que brinda al ecosistema y los procesos productivos, en el que interviene la acción desajustada del ser humano con el suelo y la falta de disponibilidad de agua, se posiciona como un tema central en la agenda de corto y mediano plazo en nuestro país.

De acuerdo a la distribución y disponibilidad del agua, en este contexto de megasequía, parte importante de nuestro territorio posee una condición de riesgo de desertificación que debe ser abordado de manera transversal.

Chile atraviesa por la década más seca desde que se tiene registro, lo que ha afectado particularmente a la zona central, en la que se evidencia un déficit sostenido de sus precipitaciones. A modo de ejemplo, un año normal registra 342 mm de precipitaciones en la estación Quinta Normal de la Dirección Meteorológica de Chile -ubicada en el Gran Santiago-, si se consideran las precipitaciones entre 2010 y 2018, el promedio que registra baja en un tercio, llegando a 212 mm.

Este déficit se acrecienta en el último tiempo, pues el año pasado la precipitación bajan en dos tercios, registrando 82 mm, llegando este año solo a 6 mm antes de la última lluvia.  Las estaciones del resto del país muestran una tendencia similar, lo que puede ser explicado por un escenario hídrico muy complejo que podría nombrarse como megasequía.

Hemos comenzado este año con un déficit respecto a sus promedios de 36% en nuestros embalses, con todos nuestros ríos con caudales inferiores a sus promedios, siendo más crítico entre los ríos Choapa y Maule, pues en la mayoría de ellos sus niveles están en sus mínimos históricos.

Si se considera un horizonte histórico más lejano, se puede mencionar que entre los años 1950 y 2015, las precipitaciones se han reducido entre un 35% en la zona norte y centro y 15% en la zona sur, con una reducción de escorrentía en cuerpos de agua entre 6% y 9% respectivamente, lo que ha provocado una disminución en todo el territorio de 34%, lo que implica una menor disponibilidad de agua para plantas y superficies de aguas evaporables.

Plantear un escenario de Cambio Climático [RCP8,5] al año 2060 en que, entre las regiones de Tarapacá y Valparaíso, la demanda hídrica será superior a su oferta en promedio en un 150%, plantea desafíos y prioridades que apunten a poder revertir este déficit, que tendrá efectos en la agricultura que apuntan a una adecuación de las actividades productivas en el marco de la crisis climática que instala a la sequía como elemento central de la discusión del agua.

Es así que se puede sugerir la incorporación de alternativas de oferta y demanda que aborden, aunque sea en forma parcial, la sequía de nuestro país en el contexto de crisis climática.  En el horizonte de cambio climático planteado, la desalación de agua de mar podría aportar aproximadamente 10 m3/s, el reuso de aguas servidas -grises y/o negras- 9 a 20 m3/s, en tanto que alternativas tradicionales como embalses aportarían 25 m3/s e incrementar la eficiencia del riego ahorraría 30 m3/s. Habiendo otras alternativas más importantes –en términos de volumen- como el trasvase de agua entre cuencas, lo que podría aportar entre 100 y 1000 m3/s.

El hacer frente a la crisis hídrica que estamos viviendo, pone sobre la mesa desafíos en cuanto a seguridad hídrica, calidad de las aguas y ecosistemas relacionados y el marco legal. Desafíos que pueden abordarse con educación, incorporación de tecnologías, propiciar asociaciones que permitan hacer más eficientes el uso y reuso de aguas.

La creciente relevancia de los recursos hídricos, habilitantes de actividades productivas, facilitador del desarrollo de las ciudades y sus habitantes, valorará cada día más al agua como elemento fundamental para la vida.

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