Comisión por marea roja dice que informe de Greenpeace es poco riguroso

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Durante el verano, el inusual crecimiento de microalgas tóxicas en Chiloé mató a miles de salmones generando un problema ambiental. Cinco mil toneladas de estos salmones fueron desechados al mar entre el 10 y el 25 de marzo, a 75 millas náuticas al oeste de la costa norte de Chiloé.

Paralelamente, desde fines de enero, varios sectores de la isla fueron cerrados a la extracción de moluscos por la presencia de marea roja, es decir, sustancias tóxicas para el humano producidas por microalgas. Para el 20 de abril, la prohibición era para toda la isla, desatando una crisis económica.

Entonces, muchos apuntaron al vertimiento de los salmones como responsable de esta marea roja.

Para zanjar las dudas, el Ministerio de Economía creó un comité científico para estudiar las causas del fenómeno, el que elaboró un informe que se hizo público el miércoles en la sitio web de la Academia Chilena de Ciencias, que descartó el vínculo entre el vertimiento de los salmones y la marea roja.

El informe, sin embargo, fue objetado por otro que la ONG Greenpeace encargó al oceanógrafo Ernesto Molina.

Según el informe del comité científico, el vertimiento de salmones no fue un agente causal de la marea roja, ya que la floración de algas nocivas había comenzado antes y porque el viento predominante en la región era propicio para el transporte de material hacia el norte y oeste, no hacia la costa. El documento afirma que los salmones no tuvieron incidencia en el aumento de la floración de algas que afectó a Chiloé.

Para llegar a esa conclusión, los expertos revisaron el patrón de cambio de vientos para la zona desde el año 2009 al 2015, durante enero y marzo con los datos del sensor satelital Ascat. “Encontramos nutrientes en la zona del vertimiento, pero si hubo traslado a la costa debimos haber encontrado menor cantidad de nutrientes hacia la costa (gradientes), pero no fue así”, explica Mónica Vásquez, especialista en caracterización de microalgas y dinoflagelados de la U.Católica y una de las coordinadoras del comité.

Pero el informe elaborado por Molina en cambio, plantea que el amonio generado por los salmones en descomposición actuó como fertilizante, un “abono” para el bloom de microalgas.

Además, afirma que a diferencia del informe del comité, las corrientes al momento del vertimiento eran hacia el sur, luego giraron un poco hacia el este (costa) y subieron otra vez con dirección norte este.

“Establecimos que el comportamiento de las corrientes facilitaron y estimularon el crecimiento de cualquier forma algal, incluyendo a las nocivas que conforman la marea roja. Las corrientes alteraron el tiempo de residencia y dispersión de esta masa en el lugar. En otras palabras, las corrientes hicieron que la materia orgánica permaneciera más tiempo en la superficie del océano y afectara a una zona mayor”, señala Molina.

Para la coordinadora de Greenpeace en Chile, Estefanía González, se necesitan normas específicas para evitar medidas como esta, sin estudios previos y sin los mínimos estándares. “Debe haber un compromiso explícito”, dice para no realizar intervenciones en zonas frágiles y únicas como Chiloé.

El estudio de Molina hizo una revisión de datos de la Nasa, análisis de imágenes satelitales, muestras de agua, información oficial del gobierno y revisión de testimonios.

Respecto de este informe, Vásquez señala que es poco riguroso. Además, afirma, no tiene usó la misma tecnología que el realizado por el comité, ni la misma cantidad de científicos (14 expertos). “Antes de empezar citamos a un taller a todos los oceanógrafos que tenían acceso a boyas de monitoreo o datos históricos. Analizamos muchas anomalías ocurridas en el verano, menos vientos, más radiación, más temperatura, comparaciones desde 2009 a la fecha. Incluimos muestras de agua superficial y hasta 200 metros de profundidad y en distintos puntos de la región” obtenidos gracias a la expedición científica en el barco Cabo de Hornos, señala.

El documento final de los científicos se entregará en octubre y en él se incluirá el ADN de las microalgas para su identificación, cantidad entre otros datos. “Podría incluso haber otro tipo de toxinas que no conocemos”, dice Vásquez.

Fuente: La Tercera

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