Tocopilla después del carbón: las cicatrices de la contaminación y una transición injusta

Residuos industriales, ceniza de carbón esparcida por tonelajes en la duna, máquinas obsoletas y una enorme infraestructura abandonada son parte de la estampa de contaminación termoeléctrica dejada en Tocopilla, una cicatriz que persiste en los cuerpos de sus habitantes, enfermos por décadas debido a la peligrosa exposición al humo. El proceso de transición energética contempla la reparación de las comunidades afectadas, pero ¿qué pasará entonces con estos “pasivos ambientales”?

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Las piedras del borde marino enmarcan el legado industrial que dejó la termoeléctrica, hoy inactiva pero aún presente. / Fotografía: Esteban David Contardo
Las piedras del borde marino enmarcan el legado industrial que dejó la termoeléctrica, hoy inactiva pero aún presente. / Fotografía: Esteban David Contardo

Hilda Alfaro camina por la Plaza de Armas de Tocopilla como si la edad no le pesara, como si no cargara con ninguno de los horrores que le ha tocado vivir a lo largo de sus 86 años. 

–Mire, mi historia es tan larga que no sé por dónde empezar a contar. ¿Cuando era profesora? ¿Cuando llegó la Caravana de la Muerte y se llevó a mi marido? ¿Cuando me tomaron detenida o cuando me fui al exilio a Holanda con mis hijos? Dígame, ¿por dónde empiezo? Usted quiere saber sobre las termoeléctricas, bueno, Tocopilla está dejada a la mano de Dios y yo le voy a explicar por qué.

En la vida de Hilda se condensa la semblanza de Tocopilla, con la dictadura que asesinó a su esposo y exalcalde de la ciudad en septiembre de 1973, con el exilio y el posterior regreso desde Holanda en 1992. Allá pudo haberse quedado fácilmente, pero había mucho por hacer en esta tierra de aspecto dunar incrustada al norte de Chile.

Su amplio trabajo en derechos humanos era una experiencia necesaria para que este viejo puerto minero fundado a mediados del siglo XIX diera cara a su constante sacrificio, primero por la represión, más tarde por los duraderos estragos del carbón.

Con más de 100 años de quema incesante de este primitivo combustible fósil –las primeras termoeléctricas de Tocopilla empezaron a operar en 1915-, la huella ambiental devino en degradación, deterioro y envilecimiento del ecosistema y la salud de sus habitantes. 

Para responder a esta problemática, en 2022 Hilda fue convocada al comité local de Transición Socioecológica Justa de Tocopilla, espacio diseñado por el gobierno chileno que busca reparar parte del daño provocado por las seis unidades termoeléctricas que han definido a la ciudad por más de cinco décadas. 

–Se trabajó durante dos años para ver qué caminos seguir. Pero, el asunto es que una vez cerradas las termoeléctricas, ¿qué queda? La contaminación sigue. Las maquinarias quedan, los desechos quedan. ¿Qué va a pasar con las cenizas?

Cenizas, esqueletos macizos de infraestructura industrial en desuso, máquinas obsoletas, polvo químico aferrado al pulmón de las y los tocopillanos. La suma de estos y más elementos configuran los llamados pasivos ambientales, el daño no compensado de una frenética actividad productiva que hoy configura un complejo desafío para la ciudad. 

El comité elaboró 134 acciones divididas en cuatro ejes: Energía, Medioambiente, Desarrollo Productivo y Desarrollo Social. A partir de ellos se desprenden medidas a implementar en tres periodos predefinidos: corto plazo (2023-2025), mediano plazo (2026-2029) y largo plazo (2030-2033). Del total, 39 fueron priorizadas para ser ejecutadas durante el actual periodo de gobierno.

Superar la polución y, en definitiva, la promesa de trazar un futuro limpio choca de frente con la realidad: no basta con apagar los generadores, este legado es mucho más engorroso que eso. 

Un estudio realizado en 2021 por la Pontificia Universidad Católica reveló que Tocopilla, con poco más de 26 mil habitantes, presenta una tasa de mortalidad de 6,6 por cada mil personas, muy por encima del promedio regional y nacional (4,6 y 5,7, respectivamente).

Cuando se trata de mortalidad infantil, las cifras son aún más devastadoras, alcanzando un 9,6 %, por sobre el promedio nacional de 6,5 %. Es el resultado de décadas de exposición a las emisiones derivadas de la quema de carbón combinadas con el material particulado que flota en el aire, dicen especialistas.

A raíz de esta realidad y por los compromisos asumidos por Chile en el Acuerdo de París y los planes nacionales de descarbonización que se han publicado en los últimos cuatro años, se lograron desconectar 11 de las 28 unidades a carbón que operaban en todo el país

En Tocopilla se cerraron todas. Las centrales Tocopilla 12, 13, 14 y 15 de ENGIE, apagadas entre 2019 y 2022, se encuentran abandonadas, como vestigio que transformó a esa ciudad costera en zona de sacrificio socioambiental, es decir, un lugar degradado, donde las ganancias económicas se han priorizado sobre las personas, causando abusos o violaciones de los derechos humanos, acorde a la legislación chilena. 

A la fecha, no hay señales sobre remediación de los impactos, pese a los anuncios de reconversión de infraestructura a un complejo de almacenamiento de energía con capacidad de 660 MWh. 

Desde la empresa AES Chile señalaron que están “evaluando diversas opciones para el uso de la infraestructura existente” y que, en cuanto a los trabajadores, “un 80% de ellos participó en cursos de capacitación en energías renovables como eólica, solar, hidrógeno y baterías”, entre otras medidas.

Pero se trata de un proceso con contradicciones: en abril de este año, se cerraron las dos unidades de Norgener (AES Andes), Nueva Tocopilla 1 y 2, al mismo tiempo que se consumieron aceleradamente las últimas 94.000 toneladas de carbón de su historia en la zona. 

–La contaminación está aquí, enterrada en la tierra, en los pulmones de la gente. Esto no se va a ir porque apagaron las chimeneas –señala Hilda Alfaro.

Enclavado entre el desierto y el océano, Tocopilla sigue enfrentando las secuelas de la descarbonización, con paisajes tan duros como su historia. / Fotografía: Esteban David Contardo

Entre cenizas y basurales

Cuatro kilómetros al norte del centro de Tocopilla existen dos poblaciones. Una se llama Las Tres Marías, la otra Pacífico Norte. Están tan cercanas entre sí que, para quien viene de afuera, los límites se desdibujan; parecen una sola. 

Sus habitantes provienen de un origen similar: el Estado les entregó una vivienda después de años asentados en campamentos precarios y hacinados, una de las caras más duras en una de las comunas más pobres del país. 

–Aquí está su llave. Eso nos dijeron y nos vinimos– señala Karen Valencia, actual presidenta de la Junta de Vecinos Pacífico Norte.- Nos vinimos por la necesidad, pero si nos hubiéramos dado cuenta de lo que significaba vivir en este territorio, lo hubiera pensado dos veces.

Las poblaciones fueron construidas a 700 metros de uno de los depósitos de cenizas más grandes de Tocopilla, prácticamente el doble de ambas juntas; por otro costado, a 600 metros, la comunidad limita con un vertedero que desde 1955 a 2015 recibió residuos domiciliarios, municipales, industriales y comerciales.

Desde las casas uno puede llegar caminando. No hay mayor restricción que unas cuantas panderetas rotas. El depósito está sobre un gran acantilado, a metros del mar. Un pie sobre las cenizas y el polvo se levanta, un paso sobre la torta y el viento que arrasa.

–La población Pacífico Norte se inauguró el 2012 por la necesidad de construir más viviendas, el problema es que las construyeron en un lugar sumamente delicado, rodeada de quebradas que provocan aluviones cada cierto tiempo, un vertedero municipal, y varias tortas de cenizas de las empresas Engie y Norgener.-, señala Jean Vilches, residente del sector y expresidente de la Junta de Vecinos.

Estos depósitos, popularmente conocidos como tortas, no solo son una amenaza ambiental por su tamaño, sino que también representan un volumen alto de contaminación química y metales pesados.

– El impacto ambiental es constante. La mayoría de las tortas están hacia el sur, justo por donde sopla el viento. Eso levanta polvo y las cenizas se esparcen por las casas. Incluso los autos de aquí siempre están cubiertos con una capa de polvo negro.-, comenta Jean. 

Las cenizas contienen elementos tóxicos como arsénico, mercurio y plomo. Al entrar en contacto con el agua, estos metales pesados pueden filtrarse, ser transportados y acumulados en el ecosistema.

En el estudio realizado por la Universidad Católica de Chile en 2021, mencionado anteriormente, se concluyó que las partículas de carbón pueden provocar daños en el sistema respiratorio, afectando el epitelio pulmonar, las células sanguíneas y el sistema inmunológico, lo que aumenta el riesgo de desarrollar enfermedades cardiopulmonares.

Pero también el peligro viene de otro tipo de desastres: el domingo 25 de agosto de 2013 un alud estuvo a punto de arrasar con la población. La lluvia, aunque no había sido intensa, solo una garúa [llovizna], generó deslizamientos que bloquearon la carretera que conecta Tocopilla con Iquique en cuatro puntos diferentes. Montículos de barro y rocas de más de dos metros y medio de altura cubrían el camino, mientras toneladas de ceniza eran arrastradas hasta el mar.

–Cualquiera de los vecinos te dirá lo mismo: estas viviendas jamás debieron haberse construido aquí, las tortas de ceniza ya estaban cuando decidieron levantar estas poblaciones. Ahora vivimos las consecuencias.-, asegura Vilches.

En Estados Unidos y Europa, la reutilización de cenizas volantes ha demostrado ser una solución eficaz para reducir el impacto ambiental de las termoeléctricas. En lugar de desechar estos residuos peligrosos, se llevan a la producción de cemento y ladrillos, disminuyendo la huella de carbono. Estos avances han sido posibles gracias a regulaciones estrictas que aseguran el manejo adecuado de los desechos.

En Chile, la ausencia de fiscalización rigurosa sigue siendo un obstáculo para implementar prácticas similares. A pesar de que el Código Sanitario (DFL 725) y el Decreto 594 otorgan al Ministerio de Salud la facultad de regular la disposición de desechos industriales, no hay certeza en las comunidades sobre su cumplimiento.

El artículo 80° del Código Sanitario exige que el Servicio Nacional de Salud autorice y supervise la gestión de residuos. Sin embargo, en Tocopilla desconectaron los generadores sin planes claros de remediación, dejando a las comunidades vulnerables ante los efectos continuos de la contaminación. 

Pese a múltiples intentos por obtener una declaración de la Oficina de Transición Justa del Ministerio de Medio Ambiente sobre estas carencias en la planificación, no se obtuvo respuesta.

Al norte de Tocopilla se encuentran varios depósitos de ceniza, solo algunos de ellos cubiertos con una sutil capa de tierra que hace que parezcan dunas sobre el mar. / Fotografía: Esteban David Contardo

La infraestructura

Ahí están los armatostes gigantes, fierros en pleno borde costero tapando la vista hacia el mar y recordándonos que durante años fuimos víctimas de la contaminación, recordándonos que mucha gente se enfermó y murió de cáncer. Y otros que se van a enfermar en el futuro por ir incubando algún tóxico en su organismo. Ahí están las moles, estas chimeneas en plena ciudad.

Fernando San Román, exalcalde de Tocopilla nacido en 1985, creció observando las termoeléctricas que marcaron la vida de su ciudad como fuente de trabajo y enfermedad. 

Al igual que muchos tocopillanos, critica la inacción del proceso de transición energética donde la reparación ha sido insuficiente.

El Estado permitió que estas termoeléctricas funcionaran sin control, con una fiscalización débil que no resguardó ni la salud ni el medio ambiente. Ahora nos enfrentamos a una reconversión que, si no se hace de manera adecuada, solo perpetúa los daños.- señala San Román. 

Las cicatrices en la infraestructura de la ciudad no son sólo visibles en las chimeneas abandonadas, sino también en la salud de quienes respiraron durante años el aire contaminado.

El arquitecto de la Universidad Católica, Vicente Donoso, autor de una tesis sobre la rehabilitación de las infraestructuras termoeléctricas en Tocopilla, presenta una perspectiva de regeneración. Su proyecto propone reutilizar y resignificar las construcciones industriales, como ha ocurrido en otros lugares del mundo.

–El mayor desafío es enfrentar estas edificaciones pensadas para fines muy específicos. Algunas deberían preservarse tal cual, como piezas de museo, mientras que otras pueden transformarse en espacios públicos y culturales. La idea no es destruir lo que queda, sino darle un nuevo propósito que combine la historia industrial de Tocopilla con un futuro más sostenible.-,  señala.

Para la contaminación acumulada, Donoso propone que en lugar de quemar estos residuos, se moldeen y cubran con una membrana, creando una nueva topografía donde podrían desarrollarse nuevas actividades, e incluso vida vegetal. Este tipo de restauración ecológica es clave para la recuperación de zonas afectadas por la industria. 

–Transformar estos cerros de carbón en espacios utilizables es una forma de resignificar el daño y convertirlo en algo útil para la comunidad –destaca.

El caso de Tocopilla es un ejemplo de cómo las infraestructuras industriales pueden encontrar una segunda vida, pero el proceso debe ir acompañado de un compromiso real por parte de las autoridades. 

Mientras las moles de las termoeléctricas sigan en pie, serán un recordatorio de la negligencia y la contaminación, pero también una oportunidad para repensar el futuro de la ciudad de mano de la transición energética, si se construye de manera justa.  

Las termoeléctricas de Norgener (Aes Andes), fueron las últimas en cerrarse en abril de 2024. A la fecha, aún no tienen un plan para decidir qué hacer con su infraestructura. / Fotografía: Esteban David Contardo

Este artículo fue producido con el apoyo de Climate Tracker América Latina.

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