¿Se reduce el riesgo de desastres en Chile?

Hoy en día convivimos no solo con amenazas naturales recurrentes, sino con eventos extremos que recién comenzamos a conocer, los cuales nos obligan a replantearnos nuestra relación con la naturaleza, la que hemos subestimado, explotado y degradado a través de usos extractivos puestos al servicio de un modelo económico que segrega, margina y hace mas vulnerable nuestros ecosistemas y nuestra sociedad a los desastres.

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Terremoto 2010. Créditos: Cigiden

Chile es un laboratorio natural para el estudio de las amenazas naturales. Debido a su localización y las características particulares de su geografía, entre las cuales destacan la exposición al océano Pacífico, un margen continental activo, un cinturón montañoso andino, gradientes climáticos, drenaje transversal y desarrollo de cuencas hidrográficas, nuestro país desarrolla una amplia variedad e intensidad de fenómenos naturales que la ciencia ha logrado ir conociendo y por ello puede generar modelos predictivos que ayudan a la prevención y a todas las etapas del ciclo del desastre.  

Pese a ello, ¿por qué los desastres en el mundo van en aumento? ¿por qué en Chile los procesos de reconstrucción en lugar de disminuir aumentan? En los últimos 10 años hemos implementado 13 procesos de reconstrucción para desastres vinculados a terremotos y tsunamis, aluviones, erupciones volcánicas, incendios forestales e inundaciones. En los últimos años hemos sentido los efectos de las marejadas, trombas marinas, erosión costera, huracanes e inundaciones súbitas, que se relacionan con la variabilidad climática y el cambio climático, al cual también hemos reaccionado tarde. Hoy en día convivimos no solo con amenazas naturales recurrentes, sino con eventos extremos que recién comenzamos a conocer, los cuales nos obligan a replantearnos nuestra relación con la naturaleza, la que hemos subestimado, explotado y degradado a través de usos extractivos puestos al servicio de un modelo económico que segrega, margina y hace mas vulnerable nuestros ecosistemas y nuestra sociedad a los desastres. Los ecosistemas nos proveen de recursos para subsistencia, nos cuidan y nos restauran de los desastres, por lo tanto degradarlos es afectarnos a nosotros mismos.

Desastres lentos como el que vivimos tienen un origen en la pérdida de naturalidad de territorios cada vez mas presionados por usos y actividades disfuncionales. Desastres rápidos son también producto de condiciones de vulnerabilidad y exposición sobre áreas de peligro natural, que se conjugan con paisajes degradados donde los ecosistemas no pueden cumplir con sus funciones de mitigación natural. La perdida de capital natural aquí se devuelve en forma de daño material y social en un desastre. Aunque algunas amenazas son de origen natural, son incluidas o incluso gatilladas por la acción humana y por lo tanto los desastres nunca son naturales. Pero esto no es para nada un descubrimiento o una idea reciente.

El concepto antropocéntrico de riesgo natural fue acuñado en los años ’50 por Gilbert White, geógrafo cuáquero, quien dedico gran parte de su vida a estudiar las inundaciones del río Mississippi y quien estableció la importancia de la acción humana (vulnerabilidad) en el desarrollo de los desastres. Llevamos desde entonces 80 años debatiendo por qué los desastres ocurren, hemos puesto énfasis en la educación, el género, la salud, la infraestructura, la planificación territorial, las políticas públicas, nos hemos reunido con grandes conferencias mundiales al alero de Nacionales Unidas y también hemos creado grandes marcos de acción internacionales (Hyogo y Sendai). Hoy ponemos el foco en los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) y en la emergencia climática. Una complejidad creciente que nos agobia y pone a prueba toda nuestra capacidad para trabajar desde la interdisciplina, mientras las transformaciones territoriales tienen un ritmo aún mas rápido debido a modelos de desarrollo insostenibles. No logramos entonces evitar que se sigan perdiendo vidas humanas ante los desastres. En Chile esto se debe en gran parte a que las formas de ocupación y uso no están siendo reguladas y controladas con instrumentos de planificación territorial o de gestión ambiental eficaces, presentando gran desarticulación entre ellas. Por otro lado, los procesos de reconstrucción no obedecen a políticas públicas articuladas y pensadas en construcción resiliente porque la evidencia científica hasta ahora es clara: reconstruimos en las mismas áreas de riesgo.

Es hora de detenerse a pensar en el modelo de desarrollo que queremos como sociedad que convive permanentemente con el riesgo y lo seguirá haciendo en el futuro, una oportunidad que cruza el momento sociopolítico presente, que visto en positivo podría llevar a que la reducción del riesgo de desastre y la protección de la vida humana ante los desastres sea efectivamente un derecho humano y no una idea inmersa en un constructo que lleva 80 años de historia.

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