Optimizar nuestra huella de carbono: el desafío para lograr una mejor calidad del aire en la RM

Las malas condiciones de ventilación, la ausencia de precipitaciones (cayeron solo 0,6 mm en julio) y las bajas temperaturas registradas en los meses de junio y julio, nos dejaron una gran lección este año, que hoy las condiciones meteorológicas cada vez son más desfavorables en términos de estabilidad, ya que el cambio climático no solo ha significado la disminución de las precipitaciones y registros de temperaturas extremas, además ha generado la disminución de la altura de la capa de mezcla, fundamental de conocer a la hora de hacer las predicciones meteorológicas y de calidad del aire.

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Hoy para nadie es un misterio que nuestras acciones cotidianas como el uso del automóvil, el consumo de energía, la generación de basura, entre otras, son las que aumentan o disminuyen las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) contribuyendo finalmente la contaminación atmosférica de nuestra región y el planeta, acentuando con ello el calentamiento global y los efectos del cambio climático.

Sebastián Gallardo, seremi Medio Ambiente RM

Con el fin de cuantificar y generar un indicador del impacto que una actividad o proceso tiene sobre el cambio climático, más allá de los grandes emisores, se creó el concepto de huella de carbono que mide las emisiones de estos agentes contaminantes que todos los seres humanos producimos a diario y a lo largo de nuestra vida. 

Y si bien se piensa que el término fue acuñado como una extensión del concepto de huella ecológica, desarrollado por el ecólogo William Rees en la década de los 90, no fue sino hasta después del año 2005 que la huella de carbono tomó mayor fuerza como un indicador de impacto atmosférico en el clima y en la contaminación, así como un factor que puede medir si un producto es más o menos amigable con el medio ambiente. Porque no da lo mismo consumir un alimento producido cerca del territorio local que otro elaborado a muchos kilómetros de distancia y aunque el valor de producción de este último sea menos costoso -por mano de obra barata o tecnología más eficiente- existe un costo asociado a las emisiones de GEI atribuidas al transporte desde regiones lejanas, que debe considerarse, es lo que denominamos finalmente, el impacto de la huella de carbono.

Y uno de esos contaminantes que impactan es el dióxido de carbono (CO2) cuyas emisiones están en niveles poco sostenibles, y dependiendo de la región en que se viva es mayor o menor su impacto. Por ejemplo, un habitante de Europa emite en promedio 11 toneladas de CO2 al año, mientras que un estadounidense emite 22 toneladas y un chileno 3,6 toneladas anuales.

Se sabe que como consecuencia de esta acumulación de dióxido de carbono y otros gases de efecto invernadero, en la actualidad nuestra atmósfera presenta las concentraciones más altas de los últimos 800 mil años y se estima que puede seguir aumentando a tasas de 1,5 a 2% por año, elevando la temperatura media de la tierra en los próximos 10 años, según el último Informe publicado por Naciones Unidas (ONU) del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC por su sigla en inglés).

En ese contexto, la contaminación atmosférica -que ha tomado mayor relevancia en nuestro país los últimos 10 años con la elaboración de planes de descontaminación en todo el territorio nacional- es un tema que en la Región Metropolitana venimos trabajando desde el año 1998 -con la puesta en marcha del Plan de Prevención y Descontaminación Atmosférica (PPDA)- debido principalmente al impacto provocado por el ser humano en sus diversas actividades: transporte, calefacción residencial, movimiento de tierra y actividades productivas e industriales, entre otras.

Acabamos de dar por terminada la Gestión de Episodios Críticos (GEC) de este 2021, no con los mejores resultados en cuanto a cantidad de episodios, pero mantuvimos la disminución de horas de episodios e intensidad, con lo que seguimos con la tendencia a la baja registrada en estas últimas dos décadas.

Si bien alcanzamos cifras similares al año 2015 con 15 preemergencias y 21 alertas ambientales por MP2,5, estos episodios estuvieron fuertemente influenciados por factores meteorológicos y antropogénicos. Esto último fundamentalmente por una mayor movilidad de las personas -pese a seguir en pandemia- y a un aumento en el uso de calefactores a leña, tanto en el sector rural como urbano, sin respetarse la prohibición permanente de su uso en la Provincia de Santiago y comunas de San Bernardo y Puente Alto, restricción que se extiende los días de episodios a toda la Región Metropolitana.

Las malas condiciones de ventilación, la ausencia de precipitaciones (cayeron solo 0,6 mm en julio) y las bajas temperaturas registradas en los meses de junio y julio, nos dejaron una gran lección este año, que hoy las condiciones meteorológicas cada vez son más desfavorables en términos de estabilidad, ya que el cambio climático no solo ha significado la disminución de las precipitaciones y registros de temperaturas extremas, además ha generado la disminución de la altura de la capa de mezcla, fundamental de conocer a la hora de hacer las predicciones meteorológicas y de calidad del aire.

Frente a esto, el desafío es incorporar en la nueva actualización del PPDA y el Modelo Predictivo los factores de la nueva realidad que vive la región, el país y el planeta, esto es, el cambio climático.

Pero no solo eso, otro factor que debiéramos revisar es la huella de carbono porque el impacto provocado por el desarrollo de las actividades humanas es cada vez mayor y responsable del cambio climático tanto de las personas, productos, servicios o actividades.

Quedó claro en este periodo GEC 2021 que la movilidad de las personas resultó ser un factor negativo para la calidad del aire, en días de episodios críticos, y que podría disminuir si se instala, en la ciudadanía acciones amigables con medio ambiente como disminuir el uso del automóvil, reemplazándolo por la bicicleta o monopatín, usando el transporte público o compartiendo el móvil con vecinos o amigos. 

Y como política pública debiéramos incorporar más incentivos para el fomento de transportes sustentables, como el eléctrico, así como el incorporar en nuestra legislación como sistema permanente: la jornada laboral flexible y el teletrabajo, elementos que han resultado ser muy eficientes y que aportarían sin duda a disminuir la huella de carbono de las personas.

Existen algunas otras acciones que como personas naturales podemos asumir, y motivar a nuestra familia a sumarse, esto es, disminuir el consumo de energía, desconectando los aparatos cuando no los usamos; utilizar un sistema de calefacción y refrigeración más eficiente; usar menos el automóvil reemplazándolo por caminatas, bicicletas o monopatín; comenzar a separar nuestros residuos y aplicar las 5 R: Reducir, Reutilizar, Reparar, Recuperar y Reciclar; reforestar o plantar árboles nativos que no requieren demasiado agua, y sus beneficios son mayores porque absorben el CO2 del aire.

No se trata de llevar los niveles de emisión a cero, sino que ser capaces de planificar acciones correctivas, rápidas y permanentes que permitan reducir significativamente las emisiones asociadas a nuestras actividades. Debemos ser capaces de adaptarnos y evolucionar hacia nuevas y mejores medidas, mecanismos, gestiones y procesos en pos de continuar con esa mejora que se ha registrado en estas dos décadas de entregar una mejor calidad de aire y de vida a los habitantes de esta región.

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