De acuerdo con el Programa para el Medio Ambiente de las Naciones Unidas, el primer Día de la Tierra tuvo lugar en 1970, cuando 20 millones de personas en Estados Unidos salieron a las calles a protestar por lo que consideraban una crisis ambiental: derrames de petróleo, el smog y la contaminación de los ríos. Han pasado 51 años y nos encontramos con otro trauma que -a pesar de ser sanitario- tiene tremendas consecuencias ambientales y que afectan a nuestro planeta Tierra.
Frente a esta crisis que estamos viviendo, ¿Qué podemos darle a nuestro planeta?, ¿Qué podemos hacer para darle una mano? Desde nuestra perspectiva, hoy tenemos la gran posibilidad de aportar a su sustentabilidad si cada uno de nosotros nos preocupamos de contribuir a edificar una sociedad más humana y justa, más democrática y participativa, respetuosa de la naturaleza y del género humano mismo en el presente y en el futuro. Y eso significa promover una nueva moral planetaria que transforme la conciencia individual y social, suscitando en los individuos una forma distinta de racionalizar la realidad, una nueva forma de pensamiento que integre como sus valores los principios éticos y conceptuales de respeto y de compromiso permanente a la protección y mejora del medio ambiente humano en su totalidad.
Muchas veces no somos capaces de darnos cuenta lo frágil que es nuestro planeta y que no solo nos pide, si no que nos suplica tener una nueva mirada, nuevos compromisos intergeneracionales. La Tierra es un planeta para el presente, pero también para el futuro, pero muchas veces esta pequeña ecuación no la entendemos y miramos solo a corto plazo, como si no tuviéramos un compromiso con las futuras generaciones, pero tenemos una responsabilidad de conjugar de mejor manera muchas de las acciones de los seres humanos.
¿Y cómo podríamos cumplir con nuestra parte?, quizás empezando por posibilitar que las personas comprendan la naturaleza compleja del medio ambiente resultante de la interacción de aspectos biológicos, físicos, sociales, culturales y económicos, además de promover una utilización más reflexiva y prudente de los recursos del universo para la satisfacción de las necesidades de la humanidad.
Tenemos que difundir las modalidades de desarrollo que no repercuten negativamente en el medio ambiente y promover la adopción de modos de vida que permitan tener con él, un equilibrio más armónico para de esta forma contribuir a la toma de conciencia, de la importancia de la conservación del medio ambiente en las actividades de desarrollo económico, social y cultural. Para ello hay que desarrollar en todos los niveles un sentido de responsabilidad, de participación individual y colectiva de la población en la concepción y aplicación de sus decisiones y posibilitar la adquisición del conocimiento, las actitudes, el compromiso y las destrezas científicas y técnicas para interpretar racionalmente el medio ambiente, mediante el fomento de la Educación Ambiental en todos los ámbitos.
Pero, no será suficiente si no fomentamos también una conciencia clara del impacto que tienen las interdependencias económicas, políticas, sociales y ecológicas en todo el urbe, sean zonas urbanas o rurales. Sabemos que las decisiones y comportamientos de todos los países, regiones y comunas, pueden tener consecuencias de alcance internacional, lo cual exige el desarrollo de un espíritu de responsabilidad y solidaridad entre los diversos actores.
El planeta Tierra “en su día”, nos vuelve a mirar e invitar a ser conscientes de la situación que estamos viviendo, es una invitación a todos y todas, para reencontrarnos y promover una sociedad ambientalmente sustentable, que permita a las futuras generaciones disfrutar de las bondades y bellezas que nos aporta nuestro mundo.
Como dijo el secretario general de Naciones Unidas, Antonio Guterres, “en este Día de la Tierra, sumen sus voces a la mía para exigir un futuro sano y resiliente para las personas y para el planeta”.