Si hay una primera conclusión posible de la pandemia de Covid-19 -todavía en curso- es que no podemos volver a vivir de la misma manera que antes, salvo que simulemos creer que el surgimiento de este virus, así como los impactos sociales y humanos que ha generado, nada tienen que ver con un modelo de convivencia y productivo centrado en uso intensivo de recursos naturales, sin importar las consecuencias, sino sólo el crecimiento económico infinito que hemos vivido hasta ahora.
Así como las cuarentenas de las personas y familias han permitido evidenciar como podíamos vivir sin muchas cosas que antes formaban parte de nuestro consumo habitual, muchos gobiernos también han empezado a visualizar el mundo post pandemia, o al menos el camino distinto que se abre tras este remezón a la humanidad.
Algunos ya han tomado la iniciativa: los ministros de medio ambiente de Alemania, Austria, Dinamarca, España, Finlandia, Francia, Grecia, Italia, Letonia, Luxemburgo, Holanda, Portugal y Suecia han planteado el aumento de las inversiones en movilidad sostenible, energías renovables y eficiencia energética para reactivar la economía y generar empleos. En el corto plazo, la Comisión Europea propondrá una ley climática y avanzará en una propuesta de alcanzar el 50% o 55% de disminución de emisiones el 2030, así como iniciativas para desarrollar un plan de energía eólica marina, una estrategia industrial, y una nueva legislación sobre baterías y economía circular.
A esos gobiernos se sumó la Alianza Europea Para Una Recuperación Verde, una nueva agrupación que reúne a 79 eurodiputados de 17 países; 37 directores generales de multinacionales y grandes empresas, entre ellas L’Oreal, Volvo, Danone, Ikea, Enel e Iberdrola; 28 asociaciones empresariales, confederaciones y federaciones sindicales y 7 ONG, como WWF, Birdlife y la Red de Acción Climática, además de varios grupos de expertos, quienes promueven que la “lucha contra el cambio climático” sea el “núcleo de la estrategia económica” post pandemia.
Ciertamente no todos están en esta dinámica. Hay algunos países que siguen pensando en construir centrales a carbón, seguir flexibilizando las normas medioambientales nacionales o suspender el pago al sistema de comercio de derechos de emisiones, que en el caso europeo, obliga a cerca de 11 mil industrias a pagar por sus emanaciones de gases de efecto invernadero como el dióxido de carbono.
Lo que está detrás de estas iniciativas son dos objetivos claros: uno, que la pandemia Covid-19 no sirva de excusa para retroceder en los compromisos para combatir el cambio climático y, dos, que la necesidad de reactivar la economía sea la oportunidad para “desencadenar un nuevo modelo económico” que gire alrededor de los principios de sustentabilidad. Esto, se piensa, reimpulsaría la transición necesaria para “limpiar” la economía de gases de efecto invernadero, lo que unido a la protección de la biodiversidad y la transformación del sector agroalimentario, podría generar “rápidamente empleos, crecimiento y mejorar el estilo de vida de todos los ciudadanos”.
Como ha dicho Ursula Von der Leyen, la presidenta de la Comisión Europea, “ha llegado el momento de reconciliar la economía con el planeta”. Su propuesta defiende que Europa cuente con industrias limpias, produzca combustibles alternativos y aumente el uso del tren. Además, distintos sectores políticos han celebrado que la Comisión Europea incluya cláusulas climáticas en los acuerdos comerciales para presionar a otros países a emprender reformas similares.
Para suerte del caso europeo, este camino hacia una economía verde no es uno que esté partiendo desde cero, porque en la última década han registrado importantes avances: por ejemplo, hace diez años, los vehículos cero emisiones eran sólo un prototipo y la energía eólica era tres veces más cara de lo que es hoy, y la energía solar siete veces más. Lamentablemente no es el caso chileno, pese a importantes avances, por ejemplo, en materia de energías renovables.
Sin duda, aunque nosotros seguimos concentrados en cómo superar la crisis sanitaria y la crisis social que nos afecta y que ha dejado en evidencia el recrudecimiento de las profundas desigualdades que existen en nuestra sociedad y que, hasta ahora, habían sido ocultadas detrás de las exitosas cifras macroeconómicas de un modelo basado en las exportaciones de recursos naturales, de los monopolios, de un patrón de consumo como forma de relación social, del endeudamiento y del uso de los fondos previsionales de los trabajadores como pilar del sistema financiero, también debemos hacer este ejercicio que hasta ahora sólo miramos con envidia, desde lejos en otras latitudes.
Lo importante es no olvidar que este es el debate de futuro, aunque a algunos no les guste. Un debate al que igual que a otros, llegaremos atrasados, con la salvedad que este es vital y que, ojalá nueva Constitución mediante, nos permita superar los enclaves autoritarios que sustentan un modelo económico impuesto y que favorece a muy pocos.
Y sobre todo, recordandp que tal como lo dijo hace 17 años, el entonces presidente francés, Jacques Chirac, en la Cumbre de la Tierra de Johannesburgo: “nuestra casa se quema y estamos mirando para otro lado”. Eso, ya no podemos seguir haciéndolo.