En la actualidad, famosos son los casos de los multimillonarios que financian el magnífico turismo espacial. Richard Branson (fortuna de US$5.900 millones), con Virgin Galactic; Jeff Bezos (fortuna de US$193.000 millones), quien vio incrementado– de casualidad– su patrimonio tras su vuelo comercial con Blue Orgin; y finalmente, Elon Musk (fortuna de US$255 millones), con Space X, compañía que ofrece viajar al espacio por US$1 millón en un cohete Falcon 9. Estos vuelos realizados por Virgin Atlantic y Blue Origin son suborbitales, llegando hasta las 80-100 km de altura.
Lo anterior es música para los oídos para quienes sean amantes del espacio- y millonarios-, pero ¿Qué daños colaterales conlleva el turismo espacial?
Para empezar, la contaminación que genera estos vuelos es inaceptable. En la actualidad, al menos 100 cohetes se lanzan al año (cifra que aumentará en el próximo tiempo), contaminando 100 veces más que un avión regular. Genial, ¿no? ¿Cuánto CO2 generan? Bueno, justamente esa es la cifra más alarmante. Se estima que cada uno de los vuelos espaciales de Virgin Galactic y Blue Origin, emiten, respectivamente, entre 60 y 90 toneladas de CO2 (8 y 15 toneladas por pasajero), equivalente a más del doble de lo que una persona en promedio emite de CO2 al año (4,8 toneladas).
¿Por qué los millonarios privilegian el turismo espacial antes que cuidar el planeta? La respuesta no es otra que el negocio. No satisfechos con lo alcanzado, para el 2027, Orbital Assembly Corp, junto a Space X esperan crear un hotel de lujo espacial, llamado “Voyager Station”, con capacidad para 440 personas. ¿Con un fin científico? No, meramente turístico y de ocio. No es como que el mundo viviera su peor crisis climática con un calentamiento global estimado de 1,5°C en los próximos años, cifra que aumentaría con el paso de las décadas si no se detienen los gases de efecto invernadero, en los que contribuye para mal esta carrera espacial tan innecesaria. Paradigmático es recordar cuando Bezos agradeció a sus empleados de Amazon “por hacer posible” sus vuelos espaciales, con unos boletos que alcanzaban los US$100 millones; o el show de circo tras el vuelo de Virgin Galactic en Nuevo México, que culminó con un sorteo de US$200 millones. Respecto a esta desorbitada carrera en donde claramente prima el altruismo y el planeta, David Beasley director del Programa de Alimentos de la ONU, felicitó a los tres multimillonarios en cuestión, eso sí, dejándoles el recado de que el hambre mundial se combate con US$6.000 millones, cifra que quizá ellos podrían aportar.
No obstante, estos multimillonarios tuvieron la consideración de utilizar, en la gran mayoría de estos lanzamientos, combustibles líquidos para sus cohetes, los que contaminan menos que los sólidos. Respecto a los filántropos, en su exceso de empatía, tanto Bezos como Musk han señalado que invertirán en programas que frenen el cambio climático en sus compañías, pero, casualmente, aún no se ven avances en la materia. Branson, por su parte, les aclara humildemente a quienes lo critican por no gastar dinero en el cambio climático: “no están bien informados respecto a la importancia del espacio para el planeta. Necesitamos más naves espaciales subiendo al espacio, no menos”.
Pero las palabras de la Reina Isabel hace unos días cobran más sentido que nunca: “Hablan, pero no actúan”.
Hoteles de lujo, contaminar 100 veces más que un avión regular, y un mercado global que permite estos negocios, son algunos de los ingredientes que conforman este fenómeno que la gente pedía a gritos. Lo hacen, sin que les importen las consecuencias, ya que para un multimillonario el cielo ya no es el límite, ¿no? Lo lamentable es que el precio es la Tierra.