Los insectos de Chernobyl: Retrato de una tragedia

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Cornelia Hesse-Honegger nació en Zurich (Suiza) en 1944. Cuando tenía 19 años, tuvo la oportunidad de pasar seis meses en un instituto de biología marina en Nápoles (Italia), bajo la tutela de una reconocida ilustradora científica llamada Ilona Richter. De ella aprendió cómo dibujar y pintar diferentes organismos vivos, especialmente, caracoles marinos y ostrácodos. Sin dudas tenía mucho talento y gracias a ello fue a parar a distintos institutos de investigación marina alrededor del mundo, principalmente, en el Pacífico sur. Creía que su destino era pintar criaturas marinas, hasta que se casó… El matrimonio y los hijos no la dejaron salir de Suiza.

 

En 1967 consiguió una plaza en el laboratorio del profesor Hans Burla, un reconocido genetista de la Universidad de Zurich. Por ese entonces, no se le daba mucha importancia a los efectos ecológicos causados por la contaminación industrial y militar. El profesor Burla no lo creía así y su investigación se basaba precisamente en demostrar los efectos mutagénicos del metanosulfonato de etilo, el Agente Naranja y el TCDD sobre las moscas. La tarea de Cornelia era simple: dibujar sólo a las mutantes. Quedó tan impresionada con las extrañas formas que adquirían las moscas que siguió pintándolas por su propia cuenta. Se volvió toda una experta dibujando e identificando cualquier alteración morfológica en ellas y amplió sus conocimientos hacia los chinches (heterópteros), un grupo de insectos muy común en la zona.

 

En 1985, Cornelia empezó a dibujar una nueva serie de moscas mutantes, esta vez, producto de altas dosis de radiaciones ionizantes (rayos X) y no a causa del envenenamiento químico. Todo marchaba bien hasta que la madrugada del 26 de abril de 1986, la tragedia asoló el este europeo. La central nuclear de Chernobyl, en Ucrania, explotó liberando grandes cantidades de compuestos radiactivos al ambiente, los cuales se diseminaron por toda Europa incluyendo Suiza.

 

La situación era tan mala que Cornelia tenía la idea de que los bichos que vivían en las zonas contaminadas podrían estar en una situación comparable a las moscas expuestas a radiación del laboratorio, y que sus amados heterópteros que vivían en Suiza podrían sufrir deformaciones similares a las que vio durante sus últimos años de trabajo. “Discutí esta idea inquietante con el profesor Ralph Nçthiger, genetista de la Universidad de Zurich, pero él estaba convencido de que la radiación en Europa era demasiado baja para tener tal efecto sobre los heterópteros u otras criaturas”, relata en un artículo publicado en el 2008 en Chemistry & Biodiversity.

 

Un año después del accidente, Cornelia viajó a dos zonas golpeadas por la lluvia radiactiva, una en un pueblo de Suecia llamado Oesterfaernebo y otra en el Tesino al sur de Suiza. El objetivo era estudiar a los chinches que ahí habitaban. “Quería ver por mi misma si la radiación había causado algún daño en los chinches”, recuerda.

 

Lo que Cornelia encontró ahí la perturbó muchísimo, tanto así que fue el inicio de su largo y emocionante viaje de dos décadas. Con ayuda de su lupa, analizaba cada insecto colectado en busca de deformidades. Las encontraba en todo momento y las plasmaba en sus acuarelas. Tanta era su fascinación en el tema que durante su visita al Tesino capturó tres pares de moscas las cuales crió en su cocina por cuatro generaciones, alimentándolas con lo mismo que le daban en el laboratorio donde había trabajado. Detectó varias aberraciones en el abdomen, alas, ojos y rostro que también fueron retratadas.

 

Los artículos que publicaron a fines de la década de 1980, tuvieron el objetivo de alertar el efecto que podría tener la contaminación radiactiva sobre la salud humana. No obstante, recibieron muchas críticas por la comunidad científica. Simplemente, había pasado muy poco tiempo desde el accidente nuclear que los investigadores aún no comprendían su impacto real sobre las comunidades biológicas.

 

En 1990, Cornelia viajó junto a un grupo de activistas anti-nucleares a Chernobyl para colectar chinches y ver por ella misma lo que les estaba pasando a esos insectos en el mismo lugar del desastre. Sólo pudieron permanecer 10 minutos en Pripyat, la ciudad más azotada por el accidente nuclear, debido a sus altos niveles de radiación. Ahí colectó unos pocos insectos con presencia de deformidades. Luego, la expedición la llevó a otros lugares ubicados dentro y fuera de la zona de exclusión, donde pudo colectar varias docenas de especímenes más, muchos de ellos con serias alteraciones.

 

Cornelia y sus colaboradores no tenían como demostrar que las anomalías eran producto de la radiación provocada por el accidente nuclear y no por otras causas naturales. Algunos criticaban que el número de muestras colectadas eran estadísticamente insignificantes. Además, la dosis radiactiva provocada por el Cesio-137, un radionucleótido con una vida media aproximada de 30 años, no eran consideradas altas.

 

En el año 2008, Cornelia publica todo su trabajo realizado entre 1986 y 2007. Durante esos 20 años colectó más de 16.000 insectos en 25 lugares del mundo con presencia de contaminación radiactiva. Las malformaciones alcanzaron el 22% del total de las poblaciones estudiadas, un valor muy por encima del 1% – 3% esperado por causas naturales.

 

Las imágenes de las acuarelas se pueden ver en el siguiente enlace:  Cornelia Hesse-Honneger

Fuente: www.elcomercio.pe

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