Laura Farías, investigadora del CR2: «El océano entra en zona de latencia»

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Por Laura Farías, académica de la Universidad de Concepción e investigadora del Centro de Ciencia del Clima y la Resiliencia (CR)2.


Además de albergar una gran diversidad biológica y contribuir a la seguridad alimentaria del mundo, el océano es, si no, el más importante regulador del clima del planeta.  Por miles de años ha amortiguado las variaciones de temperatura y dióxido de carbono de la Tierra gracias a su función de acumular calor y almacenar carbono. Es decir  que  su interacción con la atmósfera ha sido y es fundamental para lograr las condiciones ambientales óptimas para la vida.

A la fecha, ha absorbido más del 90% del calor residual relacionado con el calentamiento global y ha almacenado el 25%  de dióxido de carbono emitido por acción del hombre. Esto ha traído consecuencias como el calentamiento y redistribución de la energía (corrientes y eventos extremos), aumento del nivel del mar, acidificación y pérdida de hábitat, biodiversidad y daño a organismos, incluyendo aquellos de importancia alimentaria.

Dada lo magnitud de los impactos realizados por el hombre sobre el océano, existe cierta certeza científica de que si seguimos por el mismo camino y no reducidos nuestra tasa de emisión de carbono, el océano llegará a un punto sin retorno. Es decir que el océano, además de ser fuertemente impactado, puede dejar de ser nuestro protector y benefactor, debido al mal funcionamiento de procesos que hasta ahora nos aliviaban; entonces, lo más inmediato que podemos hacer es cuidar nuestros océanos y mares, de manera que tengan una función ecosistémica óptima.

Ahora bien, si pensamos en las muchas acciones que tenemos para reducir los impactos del cambio climático a distintas escalas, lo más inmediato que debemos hacer es reducir el riesgo de estos impactos a nivel local, pues estos cambios ya están sucediendo. Entonces, debemos reducir el impacto en las comunidades costeras y sus ecosistemas. Para ello, dependemos de mapas de vulnerabilidad y planes de adaptación mejorados y consensuados con las comunidades potencialmente afectadas, además del estudio, monitoreo, vigilancia y seguimiento de nuestros ecosistemas, especialmente los costeros. La sociedad chilena requiere de un sistema integrado de observación de nuestros mares que haga honor a nuestros 85.000 kilómetros de costa, los que nos sitúan como el décimo país con más “maritorio” en el mundo y el primer latinoamericano con mayor extensión de mar

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