En algún momento, que pese al avance de la ciencia nunca lo conoceremos exactamente, algún ave que habitaba en las cercanías del círculo polar ártico emprendió el vuelo durante su invierno para llegar al sur del mundo. Tampoco conoceremos nunca cómo se desarrolló esa capacidad, pero hoy decenas de especies de aves migran miles de kilómetros para pasar su invierno boreal en el verano austral.
Vuelos sin parar de hasta 15 mil kilómetros han sido registrados, dando lugar a espectáculos grandiosos. Nada más asombroso, por ejemplo, que mirar el cielo de la costa a inicios de noviembre y ver cómo llegan desde el norte bandadas y bandadas de gaviotas de Franklin después de un viaje de 8 mil kilómetros con paradas diversas en su trayecto.
Esta es una maravilla de la naturaleza que, repito, nunca lograremos entender.
¿Cómo se orienta un fío fio, un ave del porte de un gorrión que en invierno migra hacia Paraguay, para una vez cruzada la cordillera de Los Andes llegue todos los años al mismo árbol?
Las migraciones de aves son un fenómeno asombroso, y, no es de extrañar, los humanos lo estamos poniendo en riesgo al destruir los hábitats que le sirven de paradas intermedias o a los que arriban después de largos viajes. A fin de cuentas, ¿qué importa un pájaro? Así como no importa un pájaro, tampoco importa un bosque o un ecosistema completo para gran parte de la humanidad. Tenemos un grave problema con el afán de aumentar nuestra comodidad y dinero a cuesta de lo que haya que aprovechar sin importar sus impactos.
La solución, cómo siempre, es educar, educar de verdad, educar para la sustentabilidad con la calidad necesaria para que cada uno de nosotros considere los impactos que genera, y así, algún día las aves migratorias tendrán aseguradas sus rutas milenarias y los maravillosos espectáculos que nos regala.
