¿Cuál es el costo ambiental de producir tomates todo el año?

Hace 50 años el tomate fresco era un símbolo del verano. Este cultivo sudamericano está en nuestro ADN, acompañando humitas y porotos granados. Sin embargo, hoy ya nos hemos acostumbrado a comer tomates todo el año. Un completo italiano está a la vuelta de cada esquina….

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El tomate (Solanum lycopersicum) es un cultivo de gran importancia en Chile. Su producción se concentra en las regiones de Arica y Parinacota y entre la de Coquimbo y Maule. Esta especie requiere de polinización mediada por insectos para producir su fruto. Básicamente, el tomate se cultiva en dos modalidades: al aire libre y bajo invernadero. Esto último permiten obtener producciones en épocas en que el cultivo al aire libre no es posible. Es en estas épocas donde se obtienen mayores precios y por lo tanto una mayor rentabilidad. Sin embargo, esto involucra grandes extensiones de terreno cubiertas con invernaderos de plástico, así como gran cantidad de agroquímicos (por ejemplo, pesticidas para el control de plagas), además de técnicas que favorezcan la polinización en condiciones de cultivo forzado.

El beneficio en rentabilidad y la posibilidad de comer tomates en invierno, tiene un alto costo ambiental, el cual muchas veces desconocemos y del que no somos conscientes.

El abejorro invasor

El abejorro europeo Bombus terrestris fue introducido intencionadamente en Chile en 1997 para polinizar los cultivos de tomate en invernaderos. Poco tiempo después su uso al aire libre fue autorizado y de ahí se expandió rápidamente por todo el país, convirtiéndose en una especie invasora.  Aunque este abejorro parezca inofensivo puede alterar las relaciones entre plantas y polinizadores dentro de los ecosistemas, introducir enfermedades y promover la expansión de otras especies de plantas invasoras. Los impactos negativos del abejorro europeo han sido ampliamente documentados tanto en Chile como en el mundo. Una nueva investigación de científicos de la P. Universidad Católica de Valparaíso, Universidad de La Frontera y Universidad Mayor, bajo el alero del proyecto SURPASS2, analizó el proceso de expansión de Bombus terrestris en el Cono Sur de América, encontrando que el área invadida por esta especie presenta un incremento lineal en el tiempo que, de no contenerse, continuará expandiéndose hacia otros países sudamericanos en el futuro. Para los autores del trabajo, ninguna medida de control será eficaz mientras no se detengan las importaciones de nuevas reinas de B. terrestris, ya que la llegada de nuevos individuos aumenta sus poblaciones y refuerza su diversidad genética y así su capacidad de afrontar condiciones ambientales desfavorables y colonizar con éxito nuevos hábitats. “Autorizar los ingresos de B. terrestris a Chile es una medida que atenta no sólo a la conservación de la biodiversidad chilena, sino que también la de países vecinos y otros más en Latinoamérica si es que los pronósticos de su expansión son acertados”, relata Lorena Vieli, académica de la Universidad de La Frontera e investigadora del Centro de Ecología Aplicada y Sustentabilidad, CAPES UC.

El cultivo de tomates en la región de Arica y Parinacota también ha sido uno de los promotores de la amenaza a la conservación del Picaflor de Arica (Eulidia yarrellii), que hoy se encuentra en peligro de extinción, ya que gran parte de su hábitat fue transformado en zonas de cultivos de tomates, con grandes extensiones de mallas anti-áfidos y aplicaciones de agroquímicos para el control de plagas y enfermedades. Este picaflor es muy territorial y permanece en el lugar que considera su hogar hasta el último momento, aún cuando este haya sido modificado o destruido. En este caso, medidas como el uso de corredores biológicos, protección de hábitats remanentes y las buenas prácticas agrícolas, teniendo como base indicadores ecológicos, son claves para la protección de esta ave y la biodiversidad en general.

Nuevo paradigma agrícola

Según los expertos, tenemos el desafío de producir alimentos para una población que sigue en aumento, pero sin afectar la calidad de los suelos, del aire, del agua, y de la biodiversidad con la que convivimos. Es más, indican que necesitamos mejorar y restaurar ecosistemas agrícolas que han sido degradados, agotados o contaminados. Diversos estudios científicos confirman que esto es posible, y ya se están aplicando principios de la ecología al diseño, desarrollo y gestión de una agricultura cada día más sustentable. Los incentivos, la regulación y la fiscalización son clave para transformar el sistema alimentario en el país. Por este motivo, se acaba de presentar en el Parlamento un proyecto de ley que busca proteger a polinizadores nativos, incluyendo abejas nativas, moscas y aves. Esta iniciativa legal, gestada con el apoyo de parlamentarios, abogados y científicos, contó con el liderazgo de Cecilia Smith, investigadora de la Universidad de Los Lagos y el Instituto de Ecología y Biodiversidad.   

Así también, según comenta L. Vieli, “necesitamos con urgencia contar con un organismo que pueda velar por la conservación de la biodiversidad de Chile, como es el Servicio de Biodiversidad y Áreas Protegidas”.

El rol de los consumidores

Los consumidores jugamos un rol clave. Aunque muchas veces es difícil visualizarlo, nuestras prácticas y decisiones tienen sin duda un efecto considerable en el medio ambiente. El consumo informado y consciente es aquel donde sí importan los posibles impactos negativos y las consecuencias sociales derivadas de la cadena de producción, transporte, y distribución de los productos. Como consumidores tenemos la responsabilidad de incorporar la mirada ecológica en nuestras decisiones y visualicemos los impactos que ellas tienen en nuestro ambiente.

También el consumo local y de estación es una alternativa que permite compatibilizar e integrar el desarrollo económico de los territorios, con la conservación de la naturaleza. Por ejemplo, las cadenas cortas de agroalimentación reducen los niveles de contaminación, reducen las pérdidas, por menores daños durante el transporte. De acuerdo con la FAO el comercio local es capaz de entretejer economías locales diversas, productivas, resistentes y sostenibles para asegurar la seguridad alimentaria.

Como consumidores podemos preferir y exigir productos producidos bajo prácticas más ecológicas y sostenibles, incidir en la legislación y políticas públicas y transformarnos en agentes promotores de cambio, para lo cual informarnos es clave. Todos tenemos que ceder un poco de nuestra comodidad en busca del bien común, y parte de eso es sacrificar algunos gustos, como por ejemplo, comer tomate todos los días del año.

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