La comodidad nos destruye

La crisis de sustentabilidad está en nosotros, más bien en la comodidad de cada uno de nosotros. Si, por ejemplo, se analizan las causas raíces de un problema tan grave como la contaminación que genera el plástico, vemos que al final de la cadena, más que un problema del material, es un problema de comportamiento humano, asociado a la destructora comodidad.

Desde el punto de vista empresarial, por estos días una gigante multinacional de bebidas gaseosas planteó en el Foro de Davos que ellos no pueden dejar de producir envases desechables porque se lo piden sus clientes. Más allá de la mirada vergonzosamente comercial de su afirmación, ésta denota comodidad. Sin lugar a dudas es mucho menos esfuerzo mantener el statu quo y continuar con el negocio habitual, que dedicar horas y recursos para innovar, idear y diseñar esa estrategia virtuosa que le permita mantener sus importantes clientes sin generar los daños ambientales que genera el plástico en ambientes marinos y terrestres. La zona de confort es sin lugar a dudas uno de los peligros de nuestra especie para combatir la crisis de sustentabilidad.

Comodidad suprema es, por parte del consumidor, consumir gaseosas en envases desechables. El 90% de los envases desechables que se venden en Chile no se reciclan y terminan en un vertedero o en el medio ambiente, como se puede apreciar al pasear por nuestras playas y bosques. Aquí la comodidad del consumidor se demuestra en dos aspectos: el primero al comprar y el segundo al usar. Respecto del primero es evidente observando las góndolas de los supermercados que los envases desechables predominan ampliamente sobre los retornables, y así lo expresó la multinacional. ¿Por qué el consumidor prefiere envases desechables a retornables? Será solamente por la comodidad de no buscar en su casa y trasladar al local los envases retornables? ¿Seremos tan cómodos que preferimos no buscar envases a destruir el medio ambiente?  Sería interesante estudiar las causas últimas de ese comportamiento, para proponer medidas para contrarrestarlo.  El segundo aspecto es el uso; teniendo ya el envase en sus manos y vaciado, son muy pocos consumidores, los menos, quienes realizan el gesto de guardarlo hasta depositarlo en un punto de reciclaje. La gran mayoría lo tira en el lugar más cómodo posible, para muchos directamente la tierra o el agua; otros lo dejan en el basurero más cercano, independiente que éste rebose o haya a 50 metros un punto de reciclaje. ¿Con qué libros se educó esta bestia? se pregunta León Gieco en su canción.

La comodidad nos está matando; crece día a día la crisis de sustentabilidad y los humanos persistimos en actitudes cómodas y egoístas que nos aseguran un incierto futuro. ¿En qué lugar de nuestras mentes y corazones está el punto de inflexión que necesitamos activar? ¿Cómo lo activamos? En tanto ello no suceda, la solución a este problema de los envases desechables debe provenir de los gobiernos. Mientras no seamos como sociedad capaces de educar a todos para permanecer en el planeta, las soluciones son políticas, y ello requiere compromiso y decisión. Legislar para la supervivencia y no para los mecenas debería ser el imperativo ético de la clase política, aunque a ratos ello parezca aún más difícil que educar a todos para la sustentabilidad.

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