Fundación promueve la creación de huertos entre antofagastinos

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Para un grupo de antofagastinos, el hecho de vivir junto al desierto más árido del mundo y en una región donde las precipitaciones no supera los 1,7 milímetros cúbicos al año, no los desmotivó al momento de querer levantar un huerto. Asesorados por la experiencia del ingeniero agrónomo de la U. Arturo Prat, Elías Ramírez, y con las ganas de aprender técnicas de cultivo, compostaje y fertilización, comenzaron en 2010 a instalar un huerto familiar, experiencia que les permitiría posteriormente desarrollar cultivos en sus propios hogares.

 

La idea fue el resultado de un taller impulsado por la Fundación de la Familia, entidad que promueve el trabajo comunitario y la educación social en sectores vulnerables. La iniciativa también es implementada en Temuco, Talcahuano, Talca, Curicó y Copiapó, beneficia actualmente a 120 personas, además de niños de jardines infantiles y colegios que asisten a estos talleres gratuitos.

 

En el de Antofagasta actualmente se realizan clases a unas 20 personas, con edades que van desde los seis a los 90 años. El curso, incluye el aprendizaje de conocimientos en materias como el desarrollo de la fitoterapia, compostaje, preparación de mezclas, manejo de poda, fertilización, educación ambiental y cultivo de hortalizas. Este último punto tiene un plus mayor, según Ramírez. “Se trata de poder generar soberanía agroalimentaria, para que no tengamos que depender de ir a la feria o al supermercado”, cuenta.

 

Otro aspecto llamativo, es el desarrollo de pesticidas a partir de productos orgánicos. “Son a base de quillay, de boldo, y otros de una mezcla de productos derivados del ajo, tabaco y jabón (…) la idea es reducir las aplicaciones de productos químicos, los cuales pueden causar alergias y otras enfermedades”, detalla el instructor.

 

Al trabajo del huerto, se suman otros aprendizajes como el trabajo en jardines verticales -realizados con resto de botellas plásticas-, cultivos hidropónicos y asesorías directas a los participantes para instalar huertos en sus hogares.

 

Ese es el caso de Lucía Pérez, de 63 años, una de las participantes más antiguas del taller. “En mi casa tengo poleo, stevia, tomates cherry, zanahorias, ajíes y ahora flores. Incluso le ayudé a plantar tomates a mis vecinos”, señala. Su entusiasmo la llevó incluso a instalar una pequeña plaza en el sector donde vive con la ayuda de la fundación. “Aquí tenemos pocas áreas verdes. Mis vecinos ayudaron a poner las plantas. Eso sí, nos falta que el municipio nos ayude con el agua”, agrega la mujer.

 

La directora de la Fundación de la Familia, Ana María Zaldívar, señala que otro de los aportes significativos del proyecto, es poder potenciar el microemprendimiento. “La idea es que las personas de los talleres que puedan a la larga hacer su propio negocios, puedan vender a otros y que les sirva para la economía familiar, dice.

 

Fuente: La Tercera

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